martes, 24 de abril de 2012

MORIR DE PLACER

Aquella fastuosa botella presentada un par de horas atrás por su anfitrión llamaba la atención de Elsa mientras cenaban. Le echaba un vistazo de vez en cuando para intentar averiguar el valor que su dueño le había otorgado al enseñársela como una de sus más valiosas posesiones dentro del mundo de los destilados, los bares y el culto a todas las bebidas espirituosas. Por el contrario, ella sólo la veía como un trasto más que limpiar junto a un enorme amasijo de botellas de todo tipo y extraños utensilios que invadían la estantería negra de Ikea. Sólo en cierta forma comprendía el punto de vista de Carlos respecto a aquella botella vacía de Louis XIII. "Cada loco con su tema" pensó.

Una deliciosa cena a la luz de las velas preparada por Carlos con esmero e ilusión al más puro estilo Jamie Oliver y degustada por los dos fue el paso previo a lo que ellos decidieron bautizar "morir de placer" durante sus intercambios de emails. A pesar de que el ambiente era relajado, la tarde había transcurrido con gran fluidez y la complicidad entre ambos era evidente, las mariposas que revoloteaban en el estómago de Elsa no la dejaron comer todo lo que habría querido. Esos típicos nervios de la primera cita...

Un cambio de escenario era perfecto para el postre, pasando de la mesa alta tipo barra de bar colocada delante de la estantería que atesoraba la adorada colección de bebidas de él por aquel sofá rojo que ocupaba el centro del salón. Indiscutiblemente, parecia el lugar más cómodo y adecuado para el momento que sobrevenía. Sobre la mesa de centro un rico helado de tres sabores, uvas congeladas, grappa italiana, dos pequeñas copas y ellos dos sentados en el sillón rojo, uno frente al otro.

- ¿Uvas congeladas? - preguntó Elsa curiosa.

- Si. Se trata de buscar contrastes de sabores y texturas, experimentar con las sensaciones. El frío y el sabor dulce de las uvas y los helados con el calor y el sabor fuerte de la grappa. ¿Quieres probarlo?

Sin esperar la respuesta de Elsa, Carlos vertió grappa en una de las copas y se la ofreció, a la vez que cogió una uva con su otra mano para arrastrarla por la superficie del helado, llevándola hasta la boca de ella. Elsa inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás, entornó la boca y atrapó con suavidad aquella deliciosa mezcla con los labios y la lengua, sintiendo un enorme frío con sabor deliciosamente dulce.

- Y ahora, toma un poco de grappa - dijo Carlos.

Elsa tomó un buen sorbo de aquella bebida y, en efecto, el contraste era asombroso. Pronto sintió un intenso ardor en su garganta que se extendía tanto a su estómago como a sus mejillas, adornándolas con un toque de rubor.

- ¡Vaya! ¡Que contraste! Tenías razón ¡Que calor! - dijo Elsa entre risas.

Carlos dejó ver su perfecta sonrisa estilo Bosé que a Elsa tanto le gustaba y repitió con él mismo el ritual mientras ella le observa atenta, pensativa, imaginativa y soñadora... Después de tanto tiempo esperando que llegara ese momento, al fin estaban cara a cara. Deseo, deseo, deseo.. Es la palabra que ocupaba la totalidad de sus pensamientos. Elsa le deseaba con todas sus fuerzas, desde el principio, desde aquél incensante ir y venir de emails casi diarios que alimentaban esa ilusión por conocerle, por verle, por tocarle, por amarle sin tan siquiera haberle visto, sin tan siquiera haber oído su voz, sin tan siquiera haber olido su perfume... pero ahora que todo eso lo conocía, el deseo que sentía por él creció más de lo que esperaba.


"Aún tengo el calor de la grappa en la garganta y en la cara y el sabor dulce de los helados y las uvas en los labios. Pero el postre solo acaba de comenzar... Ya no hablamos, sólo actuamos en silencio, uno sentado frente al otro. Llegados a este momento que los dos ansiábamos tanto desde hace semanas, las palabras sobran, igual que en breve sobrará la ropa. Ha vuelto a darme uvas con helado y yo he vuelto a tomar grappa, pero... ahora sus dedos no vuelven a mis labios con más fruta, vuelven vacíos pero rebosantes de caricias que me hace con las yemas de sus dedos mágicos. ¡Qué suaves! Me recorren los labios, la cara, el cuello, los brazos... Mis ojos se cierran a merced de tus caricias. ¡Qué bien se está así! Me gustan tus mimos. Pero sé que hay más, vas a darme más, mucho más. No creo que te vayas a quedar aquí. Sé que vas a avanzar y quiero que lo hagas. Sigue. Yo quiero acariciarte también. Me gusta la imagen que me ofrece tu camisa azul entreabierta, así, con un par de botones desabrochados. Es perfecta para este momento, perfecta para recibir caricias. ¿Las quieres? Ahora son mis dedos los que se tornan mágicos y viajan al encuentro de tu cuerpo. Hay mucha piel por donde extender mis caricias, pero prefiero desabrocharte un botón más. Así está mejor. Me gusta tu pecho, me gusta tocarte, acariciarte y veo que a ti también. Tu respiración se acelera. Quiero más... ¿Quieres más? Me inclino sobre ti, me acerco más para... ¿besarte en los labios? No, aún no. Contigo quiero hacerlo de otra manera. Me apetece más besar tu cuello, acariciarlo suavemente con mis labios... Hueles muy bien. Mejor desabrochar el resto de los botones de la camisa, despacio, uno a uno mientras me pierdo en tus ojos. Ya está. Mis labios bajan otra vez por tu cuello hasta tu pecho, me detengo en uno de tus pezones para moderlo suavemente... y algo más fuerte. Parece que te gusta. Subo un poco, hasta el otro lado de tu cuello, quiero seguir besándote. Te miro a los ojos, rozas tus labios con los mios. ¿Quieres besarme? No, yo aún no quiero. Me gusta esta sensación previa al primer beso, con el corazón y la respiración acelerados. Adoro como rozas tus carnosos labios con los mios intentado besarme pero yo no te dejo, me retiro y vuelvo a tentarte rozándolos de nuevo. Me encanta sentir tu aliento tan cerca. Sigue así, no quiero que este momento acabe pero... tiene que terminar, quiero besarte y tú quieres besarme. Adelante, hazlo. Hazlo ahora. Despacio, suave, dulce, muy dulce... Tus labios y los mios por fin se tocan por completo y nuestras lenguas juegan a acariciarse muy lentamente. Tu mano empieza a explorar bajo mi vestido negro... Déjame morir de placer contigo, entre tus brazos..."

Morir de placer. ¿Podría existir algo más deseable en ese momento? Fundidos en un interminable beso que guardaba el calor de la grappa y el dulce sabor del helado, aquello que tanto anhelaban había llegado al fin. Carlos se inclinó sobre Elsa, él sobre ella en aquel sillón rojo. Las manos cálidas de Carlos se extendieron por las piernas de ella, esas manos que, curiosas, aventureras, escondidas bajo la tela negra del vestido, avanzaban despacio subiendo lentamente, sin atreverse aún a llegar al sexo de Elsa. Las manos de ella se fueron deslizando lentamente por los hombros de su amante, por debajo de la camisa, empujándola con suavidad para que cayera y dejara su torso desnudo. Juntos en ese primer contacto pasaron un largo momento explorando, experimentando, compartiendo caricias y saboreando el calor de los labios del otro. 


Bastó una mirada para comprender el mútuo deseo de continuar, de dar ese paso más y llegar hasta el final. El silencio de la noche se quebró por el tintineo de la tobillera de plata de Elsa cuando él la tomó de las manos para ayudarla a levantarse del sofá y conducirla hasta su habitación. Las palabras sobraban tanto como la ropa de ambos que pasó poco a poco, en silencio, a formar parte de la decoración del parquét y la piel le arrebató el protagonismo. En la cama, él sobre ella, completamente desnudos, cesaron los besos por unos segundos. Silencio, deseo, miradas, caricias, deseo, piel, besos, deseo, pensamientos de puro placer... y la pasión se desbordó, envolviéndolos por completo con la necesidad de sentir y hacer sentir, de explorar cada uno el cuerpo del otro, intentando saciar esa necesidad mutua de morir de placer juntos. Pasión, pasión, pasión...




El sudor comenzaba a brotar por la piel de los dos. Elsa apartó bruscamente la sábana de la espalda de él y logró que toda la ropa de cama cayera al suelo después de arrollarla con pies y manos, de la misma forma que su tobillera de plata se soltó y cayó al suelo. Sentía la presión del cuerpo de Carlos contra ella,  siguiendo el ritmo lento, suave pero firme, tímido en su inicio, aumentando poco a poco como si del Bolero de Ravel se tratara, cada vez más seguro, cada vez más fuerte, dentro de ella, moviéndose con fuerza a la vez que las gotas de sudor iban rodando por la frente de él. Verle así, sobre ella, sudoroso y excitado, le hacía querer más... Más fuerte, más adentro, más pasión, más placer, más y más...

 - Vamos nena. Quiero verte morir de placer. Muere de placer conmigo como hemos imaginado los dos tantas veces - susurró Carlos al oído de Elsa.

 

La voz de Carlos y sus palabras hicieron magia en el cuerpo de ella. Ya no había vuelta atrás. Elsa, aferrada por completo al cuerpo de Carlos sintió cómo moría de placer entre los brazos de él, disfrutando de esa apasionada explosión de amor y deseo que envolvía su cuerpo y saciaba su alma, a la vez que sentia que su amante inundaba su cuerpo con su esencia y se desplomaba sobre ella completamente exhausto.

Las 4 de la mañana y Elsa sale sola del portal. Siente la fragancia de la brisa fresca del mar en su rostro. El silencio reina en aquella amplia avenida al borde del Mediterráneo tan transitada por coches y peatones durante el día. Demasiado silencio... Algo falta entre tanta quietud. Mira hacia abajo. Encuentra su tobillo derecho desnudo y demasiado silencioso. Su inseparable tobillera de plata aún sigue decorando el suelo del dormitorio de Carlos. Sonrie con un poco de malicia. ¿Olvido intencionado o no intencionado? Eso sólo lo sabe ella y seguirá siendo así. Posiblemente nunca lo revele. Entra en su coche y vuelve a sonreir satisfecha:

- Una excusa perfecta para volver a verte y quizás... morir de placer de nuevo entre tus brazos.


Sólo hay cuatro cuestiones importantes en la vida: qué es sagrado, de qué está hecho el espíritu, por qué vale la pena vivir y por qué vale la pena morir. Sólo hay una respuesta...


  

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